En la búsqueda de ayuda para su salud mental, los trabajadores y sus familias se ven expuestos no solo a la mala praxis, sino también a riesgos reales, encontrando desde pseudoterapias, grupos coercitivos y hasta sectas que, por dinero, ofrecen caminos sumamente nocivos y peligrosos para ellos y las empresas donde laboran.

¿Debe considerarse la salud mental como un activo empresarial, igual que la gestión del conocimiento? Durante mucho tiempo se ha dado un peso específico al expertise en las personas clave. En su saber reside parte de las ganancias de las empresas, y su ausencia pone en riesgo la funcionalidad de las áreas. Las empresas pagan más a quienes poseen conocimientos únicos, y parte de la labor empresarial consiste en que esos saberes se socialicen. Administrar el conocimiento resulta estratégico, no para prescindir necesariamente del especialista, sino para prever, entre otras cosas, relevos generacionales, ausencias médicas, vacaciones y un sinnúmero de posibilidades.

Sin embargo, las organizaciones no dan el mismo peso a temas como la salud mental. Si bien hoy existen y son mandatorias normas oficiales como la NOM-035-STPS-2018, su dinámica la aborda principalmente como un factor inherente a las condiciones de trabajo. La salud mental, no obstante, es un concepto mucho más amplio con dimensiones que, si bien trascienden la esfera laboral, repercuten directamente en ella.

El trabajador, de cualquier nivel organizacional, se ve expuesto a constantes presiones que afectan su vida diaria. El ejercicio o la ausencia de la paternidad/maternidad, las brechas generacionales con sus hijos o padres, la propia pandemia sufrida hace pocos años, los duelos, las violencias no asociadas al trabajo, la inseguridad con dimensiones multifacéticas, la situación económica, las relaciones interpersonales, las rencillas intrafamiliares, el consumo de sustancias, entre muchos otros riesgos del presente, pueden ser el origen de afecciones emocionales, trastornos psicológicos y crisis personales. Entre los más frecuentes se encuentran la ansiedad, la depresión y el burnout. Estas condiciones a menudo se manifiestan en el ámbito laboral a través de una disminución notable de la productividad, el aumento del ausentismo y el presentismo (estar presente, pero sin capacidad de operar al máximo), dificultades de concentración, irritabilidad, conflictos interpersonales, comisión de errores, una menor capacidad para tomar decisiones efectivas, disminución de la creatividad, alteración del clima laboral y la retención del talento; afectando tanto al individuo como al desempeño del equipo.

Los prejuicios aún existentes hacen ver los consultorios psicológicos como un tabú, un lugar al que solo llegan los débiles o fracasados que no pudieron gestionar sus emociones. Y, sin embargo, existe una creciente aparición e incremento de practicantes de salud mental no licenciados. A menudo, las personas recurren a estas alternativas buscando accesibilidad, menor costo o una percepción de menor estigma en comparación con la terapia formal. Estas prácticas van desde grupos de autoayuda, orientadores, consejeros, mentores, coaches que ofrecen apoyo basado en la experiencia propia o formaciones breves, y cuya calidad de atención depende en gran medida de la ética personal. Si bien responden a necesidades de atención real, estas prácticas no se han orquestado en una estructura piramidal adecuada. Sería deseable una estructura donde se adecúen niveles de atención según las calificaciones de cada profesional, de modo que puedan, desde la honestidad intelectual, pero también desde procesos bien definidos, canalizar ética y oportunamente al siguiente nivel, promoviendo incluso el trabajo colaborativo con profesionales cualificados.

Si bien existen buenas prácticas y experiencias exitosas de trabajo colaborativo entre estos actores, su efectividad depende de la implementación de programas serios de formación con procesos bien articulados. Estos deben operar bajo la dirección de organizaciones profesionales que garanticen la calidad y la ética. En este contexto, el componente tecnológico minimiza los costos y riesgos, al tiempo que asegura su implementación en redes de referencia y contrarreferencia, sistemas de seguimiento, y trayectos informativos y formativos.

En la búsqueda de ayuda para su salud mental, los trabajadores y sus familias se ven expuestos no solo a la mala praxis, sino también a riesgos reales, encontrando desde pseudoterapias, grupos coercitivos y hasta sectas que, por dinero, ofrecen caminos sumamente nocivos y peligrosos para ellos y las empresas donde laboran.

La salud mental es, sin duda, una asignatura pendiente en la mayoría de las organizaciones, pues se concibe erróneamente como un trámite por la normativa vigente o como un costo en lugar de una inversión estratégica. Abordarla implica no solo cumplir con mandatos, sino construir una cultura organizacional que la priorice activamente, ofreciendo recursos de apoyo accesibles y de calidad, capacitando a líderes para identificar señales y fomentando un entorno de confianza donde buscar ayuda no sea motivo de vergüenza o penalización. Este enfoque marca el futuro de la responsabilidad social empresarial: exige ir más allá de una visión simplista de la salud mental. Implica abordar activamente los grandes males que aquejan a las sociedades y sus núcleos familiares —adicciones, las diversas formas de violencias y la trata de personas, un riesgo a menudo invisibilizado— y posibilitar en el entorno laboral acciones preventivas efectivas contra estos riesgos de nuestra era. De hecho, estudios disponibles sobre programas de asistencia a empleados revelan que cada peso invertido en salud mental puede retornar significativamente en gastos evitados y productividad generada. Solo así se cerrará la brecha entre el bienestar individual, la responsabilidad social de la empresa y, en última instancia, su propia sostenibilidad y productividad a largo plazo.

Sobre el autor:

*Edgar Alonso Angulo Rosas es psicólogo clínico y experto en adicciones con amplia experiencia en prevención y atención a violencias, adicciones, salud mental y derechos humanos. Ha ocupado cargos directivos en ONGs, sector público y privado.

Correo electrónico: [email protected]

Fuente Forbes


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